Se ha estrenado esta semana el drama crítico social de Max Lemcke, ‘Cinco metros cuadrados’, película a la que le tenía muchas ganas, por el tema que trata y por su dúo protagonista: Malena Alterio y Fernando Tejero. Como ya lo hicieran José Luis López Vázquez y Mary Carrillo en esa obra maestra escrita por Rafael Azcona y dirigida por Marco Ferreri, titulada ‘El pisito’ (1959), de la que hablé de refilón hace un par de años, los protagonistas encarnan a una pareja entrada en años –aunque los personajes dicen tener menos edad que los actores– que espera para casarse hasta obtener su vivienda en propiedad.
Si bien algunas cuestiones se han modificado en estos cincuenta y dos años, el problema de la vivienda es hoy día tan acuciante como entonces, por lo que la película mantiene su razón de ser y sigue partiendo de una premisa interesante. El film de Ferreri e Isidoro Martínez Ferry presentaba una injusticia que indignaba sobremanera, pero por encima de todo, encontrábamos la historia humana de dos seres desgraciados y sentíamos, junto a ellos, todas sus frustraciones. El guion escrito por Pablo y Daniel Remón, sin embargo, hace prevalecer el mensaje por encima de la ficción, resultando muy obvio y haciendo gala de un trazo excesivamente grueso. El drama se percibe de forma muy epidérmica: la pareja protagonista no deja de ser un vehículo que saca a la luz la corrupción y el desamparo judicial, pero no terminan de funcionar como personas reales por las que sentir apego.
En esta línea de irrealidad encontramos unos diálogos muy poco naturales –baste con citar la frase que abre la película: “¿Qué te impide ser feliz?”, pronunciada por un constructor mientras a duras penas camina por el campo–, a veces porque trasladan directamente la idea subyacente y otras veces porque su construcción es literaria en exceso. Precisamente, el hecho de que la situación reflejada sea tan común e irritante y por ello, la crítica tan necesaria y fácil de comprender, debería haber servido a sus creadores para confiar más en la capacidad del espectador para captar las sutilezas. La naturalidad aparece únicamente en las escasas ocasiones en las que el director deja espacio al humor o al costumbrismo.
Más humor le habría dado mayor credibilidad
A pesar de que no se ha desdeñado su tirón comercial, sí se ha huido de gran parte de la comicidad que cualquiera esperaría encontrar al ver en un cartel a una pareja que ha hecho reír tanto en televisión. Supongo que la decisión de dirección de actores tenía la intención de que la película aparentase tener mayor importancia y calidad. Pero opino que el humor le habría dado mayor credibilidad en lugar de restársela. No es aquí mi predilección hacia la comedia la que habla, es que a ‘Cinco metros cuadrados’ le falta humanidad, le falta soltura y una mayor cabida a la risa –algo de cabida sí se da– podría haber ayudado con estas cuestiones. La película y su capacidad crítica se habrían beneficiado de un mayor acercamiento hacia la tragicomedia, es decir, de tirar del humor, pero sin perder nada del drama, ya que no resultaría tan estirada, los diálogos sonarían más verosímiles y sería más fácil compartir la desesperación de los protagonistas.
Max Lemcke declaró que tenía dudas, en un principio, con respecto a Fernando Tejero. Es probable que por ese motivo lo haya dirigido de una forma bastante distinta a la que estamos acostumbrados a ver en el cómico, hecho que el actor quizá también aceptaría de buen grado, pues será el mayor interesado en “desencasillarse” –que no quiere decir salirse de sus casillas–. De ahí que su interpretación dé lugar a un personaje seco y poco cercano. Con la idea de llevarlos a otro terreno, lo que se ha hecho es sacar poco partido de ellos, especialmente de Malena Alterio, una actriz de gran vis cómica y capacidades interpretativas, que aquí cuenta con un personaje del que se obtiene poco jugo. Intérpretes como Emilio Gutiérrez Caba o Manuel Morón no ayudan a que esas frases tan artificiales suenen más verosímiles. Sí lo consigue con bastante mérito Jorge Bosch, pero sorprende que incluso alguien como Secun de la Rosa suene forzado.
Conclusión
El tener algo que decir, una crítica que hacer o una situación injusta que reflejar, no debería estar reñido con contar una historia. La ficción permite difundir cuestiones y movilizar a las personas, pero se diferencia de otros caminos en que lo hace a través de unos personajes que deben sonar a auténticos y de su historia particular, que conmoverá tanto que luego podrá extrapolarse a la de todos los otros ciudadanos en situaciones semejantes. Si se desaprovecha esa posibilidad, es probable que la intención principal se cumpla menos, es decir, que, aunque suene paradójico, no por decir las cosas más claramente se marcarán más que por decirlas de una manera menos directa.
Ya declaré que acudí al cine con entusiasmo y me encontré con un film mucho menos entretenido del que esperaba. Aunque hallé en ‘Cinco metros cuadrados’ todo lo que pudiese suponer que iba a encontrar por separado, esos elementos no formaban un conjunto efectivo para mí. La escasa cercanía con los personajes y un planteamiento muy marcado y repetitivo hicieron que su breve duración pareciese más larga. Ni siquiera el fantasioso final sirvió como la catarsis que pretende ser. A veces nos preguntamos cuándo podemos llamar a una película “fallida” y cuándo, simplemente, mala. En un caso en el que se parte de un buen material y se tiene prácticamente todo para que salga bien, pero no termina de resultar, me parece que el primer adjetivo es el adecuado. Quizá esos elementos que en la teoría la convierten en una buena película fueron los que se consideraron a la hora de entregarle casi todos los galardones en el Festival de Cine Español de Málaga. O quizá a aquellos espectadores sí les llegó.
'Eva', emoción artificial
Álex, tengo que contarte un secreto…(Lana)
El mismo fin de semana que llegó a nuestros cines ese lujoso armatoste que es ‘Las aventuras de Tintín y el secreto del Unicornio’, diseñado con mucho oficio para arrasar en taquilla, se estrenó ‘Eva’, una interesante producción española de apenas 4 millones de euros de presupuesto que, me temo, va a correr la misma suerte que otra ópera prima de temática inusual en la cinematografía española, ‘Los cronocrímenes’ (2007), con la diferencia de que ésta fue vendida todavía con mayor torpeza. De nuevo tenemos una producción española muy comentada antes del estreno, que finalmente es recibida con un contundente desinterés general; vista por cuatro gatos, dos de los cuales no la encuentran tan admirable como para recomendarla, solo le queda probar suerte en el mercado doméstico. Y otro palo más para “nuestro cine”, que no levanta cabeza. Merecía mejor suerte una propuesta tan arriesgada como ‘Eva’, aunque estemos ante uno de esos casos en los cabe aplaudir más la valentía y el esfuerzo que el resultado.
Presentada en los festivales de Venecia y Sitges, donde sus excelentes efectos visuales se llevaron un merecido galardón, ‘Eva’ es el primer largometraje del catalán Kike Maíllo, profesor de la ESCAC, la escuela de cine de Barcelona (8.000 euros cuesta un curso allí, amigo lector que sueñas con hacer cine algún día), uno de los organismos que han apoyado la realización de la película, y cuyos logotipos son presentados lenta e innecesariamente al espectador antes del comienzo del relato (una mala idea cuando la opinión mayoritaria es que el cine recibe demasiadas subvenciones). El guion lo firman Sergi Belbel, Cristina Clemente, Martí Roca y Aintza Serra, la fotografía es de Arnau Valls Colomer y el reparto está encabezado por Daniel Brühl, Marta Etura, Alberto Ammann, Anne Canovas, Lluís Homar y la primeriza Claudia Vega, que encarna a Eva. Me hace gracia que en la sinopsis oficial se refieran a ella como “la increíble hija de Lana y David” (Etura y Ammann), porque así es, el personaje resulta increíble, inverosímil, tanto por el forzado dibujo (buscando la sorpresa del final) como por la interpretación de la niña.
La película está ambientada en un futuro cercano en el que los seres humanos viven rodeados de criaturas mecánicas, unas más toscas que son creadas para realizar determinados trabajos y otras más sofisticadas, los androides, que tienen como función atender o acompañar a las personas. Álex (Brühl) es un famoso ingeniero cibernético que vuelve a casa tras diez años de ausencia para trabajar en un gran proyecto de la Facultad de Robótica, la creación del primer niño robot. Planteada ya la excusa argumental, ante todo llama la atención cómo se nos sumerge rápidamente en un entorno “retrofuturista” (una decisión obligada por la falta de presupuesto, lo que se resuelve de manera desigual: esos coches…) en el que los robots están totalmente integrados en la vida diaria. Quizá habría sido más acertado ir poco a poco, no mostrar tan pronto todos los avances tecnológicos, pero lo que importa es lo que está en la pantalla, y Maíllo consigue disimular las carencias con una puesta en escena muy eficaz que saca partido a los efectos digitales (la secretaria que intenta impedir la entrada a la clase), integrando las creaciones artificiales en un entorno creíble en lugar de lucirlas; la ficción se sostiene.
Pero esto no es una superproducción así que todo se centra en los actores. Álex es recibido por su hermano David (curioso, un alemán y un argentino) y enseguida se evidencian viejas rencillas entre ellos. Unas fotos y un par de conversaciones nos aclaran, y nos subrayan, tanto la agrietada relación entre ambos como sus opuestas personalidades; Álex es más reservado y frío, solitario y adicto al trabajo, mientras que David es más cercano y familiar, sentimental e inseguro. Éste vive con Lana, pero desde el principio resulta obvio que es una situación fruto de las circunstancias, que la mujer se quedó con un hermano porque el otro, a quien quería realmente, se largó de allí. Nos lo explican y todo. A la subtrama del aburrido triángulo amoroso (bochornosa la escena del baile) se une el hallazgo de Eva por parte de Álex. Él necesita un niño real que le sirva de ejemplo para crear el cóctel de emociones del robot que le han encargado, y queda cautivado por la vitalidad de la niña, que vaya casualidad, resulta ser hija de Lana y David. El pueblo es muy pequeño. Lana prohíbe a Eva que se relacione con Álex, pero la chica no tiene miedo a nada (ese rojo a lo Caperucita) y acabará descubriendo todos los secretos de los adultos…
‘Eva’ es una hora y media de buenas intenciones que no llegan a cristalizar. Se acierta con la localización (esos helados y duros parajes tan simbólicos), se resuelve con inteligencia y talento el asunto robótico (fantástico trabajo animando a “Gris”), la cámara suele estar donde debe (aunque peca mucho del plano y contraplano en las conversaciones, la charla durante la cena resulta molesta), los referentes son adecuados (‘Inteligencia Artificial’, ’2001: una odisea del espacio’... ‘Beautiful Girls’ para la peculiar relación entre Eva y Álex) y el trabajo lumínico y sonoro es impecable (la música de Evgueni y Sacha Galperine recuerda a las composiciones de Danny Elfman para Tim Burton). Por otro lado, la historia es demasiado endeble y previsible, se abusa de los diálogos explicativos, sobra completamente un protagonista (Ammann), y los actores parecen algo desorientados, resultan poco convincentes (Brühl y Vega alternan escenas inspiradas con otras fallidas, y Etura apenas aporta nada), siendo la notable excepción Homar, cuyo entrañable personaje (recuerda al que interpretó Robin Williams en ‘El hombre bicentenario’) tiene la función de ser el principal contrapunto cómico del relato. En definitiva, una película muy irregular en el que balance entre logros y torpezas posiblemente dependa de cada espectador. Yo no me aburrí, pero tampoco me ha dejado huella. Y al salir del cine solo quería hablar de lo maravillosa que es ‘Inteligencia artificial’...
'Melancolía', la belleza traerá nuestro fin
Como si fuese la única capaz de predecir la hecatombe, Justine, el día de su boda, se comporta de forma errática y falsa. Sonríe sin sentirse feliz, pensando que los rituales sociales le devolverán la cordura, y se ausenta en cuanto le es posible para afrontar las imágenes que la asolan. Hemos visto esas imágenes, sueños o premoniciones suyas, en el arranque del film, a modo de ralentís casi detenidos, que forman cuadros de aparente estatismo, como los vídeos de Bill Viola, que cuelgan de las paredes de las galerías de arte, cuales obras pictóricas. La luz irreal de un eclipse ilumina la Tierra cuando el planeta Melancolía se acerca irremediablemente para devorar el que habitamos. Tras la ceremonia matrimonial, el segundo capítulo, dedicado a Claire, la hermana mayor y teóricamente responsable, nos muestra el mundo cuando ya los terrícolas son conscientes de la posible colisión y unos tratan de negarla, mientras otros no son capaces de abstraerse a su influjo.
‘Melancolía’ (‘Melancholia’, 2011), el último film del danés Lars Von Trier, que se estrenó la semana pasada, cuenta con Kirsten Dunst en el papel de Justine y con Charlotte Gainsbourg en el de Claire. Charlotte Rampling y John Hurt interpretan a unos padres que, con su comportamiento, pueden explicar con creces las extravagancias de sus hijas. Alexander Skarsgård y Kiefer Sutherland se reparten los papeles de los maridos, uno de ellos humillado y ninguneado por su recién nombrada esposa; el otro, representante, durante la mayor parte del tiempo, del único ápice de cordura y de sensatez que existe en la familia. Stellan Skarsgård como jefe de Justine, y Udo Kier, como planificador de la boda, completan el reparto de una película que no supera las limitaciones geográficas del hotel de lujo donde habita la familia de Claire y donde se celebra el casamiento para mostrar, durante dos horas y cuarto, las reacciones de estas dos hermanas ante el ocaso de nuestra existencia.
Propósito
Me mostré muy a favor de ‘Anticristo’, a pesar de que el final me resultó excesivo incluso para lo que se había planteado hasta ese punto. Sin embargo, en ‘Melancolía’ no encuentro ni la misma capacidad para hacer daño ni la habilidad para fascinar y sorprender de otros de los instantes de este film previo. La atracción que ejerce la película que nos ocupa, similar a la que sufren las órbitas de los planetas, es innegable. Pero gran parte de su halo se genera antes de que se vea la película, que ya se afronta con enorme curiosidad, no necesariamente en positivo, pero sí con la idea de que se hallará algo diferente, hiriente y, por todo ello, grande, aunque fuese como propuesta ominosa y sofocante. Así, esa seducción del film es externa al producto que, una vez visto, no supone una experiencia tan intensa como prometía. Sí, la cinta produce una gran angustia, pero esta llega contagiada por el frenético movimiento de la cámara antes que por la capacidad de trasladar el sufrimiento de las protagonistas.
El interés del segundo episodio, que está sumamente dilatado y comprende numerosas repeticiones de conceptos ya marcados, se podría hallar en el intercambio de las tornas, es decir, de los papeles: los que parecían locos ahora son los cuerdos y quienes creían que lo comprendían todo, se equivocaban. Lo que iba a constituir un espectáculo de hermosura incomparable, supondrá nuestro final, como si se tratase de una metonimia de la propia película que, tratando de ser devastadora, no puede evitar resultar muy bella en ocasiones.
Más allá de eso, me cuesta encontrar en él un análisis del comportamiento humano ante el inminente fin del mundo tal como lo conocemos y no sé si es una de las intenciones de Von Trier el ofrecérmelo. Si lo fuese, se me antoja que ha elegido a seres demasiado alejados de la normalidad –no solo por sus desquiciadas conductas, sino sobre todo por su existencia aislada y plena de lujos, que los separa de casi cualquier ser humano–, de los que puede interesar ver sus reacciones, pero que nunca servirían como ejemplo o representación del resto de la humanidad. Si, por el contrario, la propuesta pasa por observar la locura de estas dos mujeres y el drama en el que viven o que provocan, entonces, me sobraría la colisión interplanetaria, pues preferiría quedarme con sus costumbres y las del resto de los personajes para analizarlos aún más en profundidad. La cotidianeidad en sí misma les proporcionaría suficientes razones para dar salida a estas paranoias sin necesidad de un final de ciencia ficción. Comprendo que no es tal el componente de ficción científica, sino una mera metáfora –de ahí el nombre del planeta, padecimiento que sufre el propio director–, pero sigo considerándolo innecesario, al menos, su choque, ya que la amenaza podría estar presente sin conducir al inexorable final que se conoce al inicio de la cinta –no destripo nada que Von Trier no desease que el público supiese al comienzo–.
Puntos de vista
Von Trier da protagonismo a cada una de las hermanas durante dos largos fragmentos de los tres que componen ‘Melancolía’. Sin embargo, aunque las sitúa en el epicentro de su narración, no adquiere sus puntos de vista, sino que permanece en el suyo, en el de ese observador omnisciente. Por ese motivo, estos dos capítulos están rodados con la misma cámara nerviosa, fotografía abstraída y banda sonora arrebatada. Aunque se coloque en una tercera persona muy cercana, el autor no llega a situarse en la primera.
Ambas actrices resultan irreprochables en sus respectivos papeles y, a pesar de ello y de lo universal de la situación planteada, no logro en ningún momento sentir hacia ellas ni identificación, ni empatía, ni el más mínimo atisbo de realidad. Dunst, de quien el director ha declarado que representa su Alter Ego, cambia de humor sin cesar y se comporta como una auténtica arpía. De saber algo más de su conexión con la estrella que se acerca, podríamos sentir sus reacciones como catárticas, pero ya que nada de esto está brindado en la película –sí fuera de ella, en el material promocional–, lo que produce es desconcierto. Gainsbourg es tan frágil, tan víctima, tan poco independiente, que su personaje es incapaz de despertar ni lástima ni comprensión. Al menos, a mí, y entiendo lo subjetivas que son estas afirmaciones.
Conclusión
En definitiva, diría que, sin negar que contiene algunos momentos o hallazgos, hay más de ‘Melancolía’ en lo que se ha hablado y difundido de ella que en el interior real de la película. El visionado se tiene que completar necesariamente con lecturas y escuchas –no porque sea críptica o exigente para ser comprendida, sino más bien por incompleta– y esta literatura la enriquece de tal manera que la eleva casi hasta el nivel de un film diferente. Por algún motivo cuando pienso ahora en ella, mi opinión es mucho más favorable de la que tenía mientras la veía, pero es a esta a la que obedezco a la hora de puntuarla. Larga en exceso, no cumple para mí con ninguno de los propósitos que creo poder adivinarle, a pesar de que entiendo los motivos por los que a otros espectadores sí les ha funcionado. Hipnótica por instantes y quizá necesaria para cualquiera que no desee sentirse fuera de conversaciones o debates, ‘Melancolía’ puede ser una película que convenga ver. No obstante, en mi opinión, queda lejos de la fuerza que tenían trabajos anteriores de Von Trier y se puede apreciar más como aglomerado de imágenes impactantes que como conjunto vivo. El director quería hacer algo extraño y que no fuese bonito y es posible que solo haya logrado la mitad de estos dos objetivos.
Otra crítica en Blogdecine | ‘Melancolía’, el apocalipsis interior, por Juan Luis Caviaro.
'La cosa (The Thing)', ¿quién anda ahí?
Cuando se anuncia un proyecto de remake, secuela, precuela, reboot..., relacionado con algún título que ha alcanzado la categoría de culto, que cuenta con su propia legión de fans, la respuesta inmediata suele ser de rechazo. Se disparan las alarmas. ¡No necesitamos esa película! Sin ver o saber nada del proyecto, y como si tuvieran que pedirnos permiso o algo así. Con ‘La cosa (The Thing)’ (‘The Thing’, 2011) volvió a ocurrir, de pronto era un crimen reinterpretar la historia que John Carpenter llevó a la gran pantalla en 1982, olvidando (o desconociendo) que esa película ya era un remake, concretamente de ‘El enigma de otro mundo’ (‘The Thing From Another World’, 1951). Y la jugada salió redonda, se ofreció una nueva perspectiva que, en mi opinión, mejoraba el film original. Así que, ¿por qué rechazar de antemano otra versión? Para aumentar el interés, se anunció que no se iba a rehacer el film de Carpenter, sino tomarlo como base para crear una precuela, esto es, para narrar algo nuevo. Que el guion lo escribiera Eric Heisserer (‘Pesadilla en Elm Street: El origen’, ‘Destino final 5’) y que usaran de nuevo el título de 1982 (según los productores, no encontraron un subtítulo potente) invitaba al pesimismo, pero no había motivo alguno para desconfiar del debutante Matthijs van Heijningen, el principal responsable de la película.
Me gustaría defender ‘La cosa’ (2011). Lo digo en serio, me encanta ir al cine y ver que tengo la oportunidad de adentrarme en una historia de terror y ciencia-ficción, con un grupo de personajes atrapados que deben luchar para sobrevivir a “algo” violento. Es un esquema muy simple que, precisamente por eso, puede dar mucho juego, permite numerosas variantes y conflictos con pocos elementos. Un puñado de actores, un lugar del que no pueden escapar y un enemigo. A partir de ahí, toca esforzarse un poco con el dibujo a los protagonistas (que no sean meros muñecos que se asustan y mueren), la coherencia del relato (si tu “monstruo” es un cazador, debe ocultarse y ser silencioso) y, sobre todo, la puesta en escena, la principal herramienta que tiene el autor de una historia de miedo. Es lo que marca la diferencia entre una escena aterradora que te deja sin respiración y la enésima situación tópica que te aburre. Por eso no puedo defender este trabajo de Van Heijningen, una mezcla de precuela y remake de ‘La cosa’ que desaprovecha todas las virtudes de la historia original.
He dicho que ‘La cosa’ de 1982 era un remake. Así se originó y así se vendió, pero realmente era una readaptación del relato en el que se basaba la película del 51 (de la que Carpenter era admirador, incluyendo un homenaje en una escena de ‘Halloween’). En los créditos de ‘La cosa’ de 2011 se dice que la película está basada en la misma obra que las anteriores, ‘Who Goes There?’ (1938) de John W. Campbell, sin hacer ninguna referencia a los guiones de Charles Lederer y Bill Lancaster. Por tanto, se nos hace creer que efectivamente, a pesar del título, vamos a ver una versión diferente de la historia original, un enfoque nunca antes visto en otra película. Y a ratos lo es, hay situaciones nuevas, pero a grandes rasgos es una versión moderna de la película de Carpenter. Moderna y peor. Aún es pronto para perder la confianza en Van Heijningen, es su primer trabajo y puede que los productores no le dejasen mucho margen para reinventar el material, pero su puesta en escena deja mucho que desear y eso es imperdonable. Se queda en lo fácil, en la sorpresa y el impacto, en lugar de crear atmósfera y suspense. Un simple ejemplo. Si en una escena debemos sentir el pánico de alguien que está siendo acechado por la criatura, lo lógico es que el punto de vista se quedara con el personaje, pero en lugar de eso, nos intercalan primeros planos del monstruo caminando y buscando. Se rompe la tensión.
La película no arranca nada mal. Nos devuelven a los 80 (se está convirtiendo en una moda) y nos sitúan en la Antártida, donde unos investigadores noruegos descubren una gigantesca nave espacial atrapada en el hielo (muy bien insertado el chiste justo antes del hallazgo). Tras el rápido reclutamiento de una experta bióloga, cómo no, una atractiva joven norteamericana (Mary Elizabeth Winstead), en una escena rutinaria que se podría haber suprimido, y la típica situación de grupo en un helicóptero donde nos presentan al tipo que debe hacer olvidar a Kurt Russell (Joel Edgerton), volvemos a la estación noruega en el Polo Sur, y nos enseñan de nuevo el transporte alienígena. Por si llegamos tarde y no vimos el prólogo, quizá. Hablan de un superviviente, congelado fuera de la nave. Lo transportan a la base noruega dentro de un bloque de hielo, y toman una muestra para analizar el ADN, llegando a la obvia conclusión de que es un extraterrestre. Para su sorpresa, “la cosa” está viva y escapa. Lo que podría ser un estimulante cruce entre ‘Alien’ (1979) y ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ (‘Invasion of the Body Snatchers’, 1956), acaba resultando un plano relato de terror que se limita a evocar el film de Carpenter, entendiendo el homenaje como vagancia artística.
A la incapacidad de Van Heijningen para lucirse con la cámara (y me refiero a transmitir y crear sensaciones, no a lo que hace Michael Bay, que es marear) hay que sumar el esperado mediocre guion de ‘La cosa (The Thing)’, cuyas mejores escenas están sacadas de las versiones anteriores (menudo desastre el tramo de la nave espacial). Los personajes son exageradamente simples (Ulrich Thomsen encarna a un riguroso científico, y lo recalca cada vez que habla), tienen comportamientos ilógicos (la escena de los empastes, van protestando por turnos) y se abusa de las explicaciones, como si el espectador fuera idiota (el asunto del pendiente). Lo más ingenioso es que al ser concebida como una precuela, la película está regada de detalles que la enlazan con la versión del 82; aun así, me parece una torpeza incluir una escena adicional entre los créditos finales para mostrar al perro que aparece al principio de la película de Carpenter, prácticamente sacada de la manga. La música de Marco Beltrami cumple, pero está lejos del inquietante trabajo de Ennio Morricone. Lo mejor, sin duda, los excelentes efectos visuales (una habilidosa combinación de efectos tradicionales y CGI) con los que se crean unas turbadoras imágenes. Poco para una producción con tanto potencial.
Fuente blogdecine.com
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