Desde que cuatro mandamases decidiesen repartirse todo el pastel dejando a la clase trabajadora literalmente al bordel de un abismo, los gritos de rebeldía popular, de la más diversa índole, no se han hecho esperar. El cine también está aportando su granito de arena a dicha respuesta, unas veces de forma muy seria, caso de films como ‘Inside Job’ (Charles Ferguson, 2010) o ‘Margin Call’ (J.C. Chander, 2011), y otras de forma más relajada, como el caso de ‘Un golpe de altura’ (‘Tower Heist’, Brett Ratner, 2011), excesivo y desequilibrado film que arremete contra la crisis bajo el prisma del blockbuster, algo parecido a lo que le ocurre a la película que nos ocupa, ‘Al borde del abismo’ (‘Man on a Ledge’, Asger Leth, 2011), vehículo al servicio de su actor principal, el cada vez más emergente, y soso, Sam Worthington, que tras ser descubierto por James Cameron en su ‘Avatar’ (2009) intenta hacerse con un buen hueco en Hollywood.
El presente thriller ha pasado de tapadillo por nuestras carteleras a pesar de su aspecto de película palomitera al cien por cien, con una premisa interesante, escenas de acción y un reparto lleno de caras conocidas. No estamos ante una gran película, ni siquiera buena, pero hay en ella cierto toque rebelde y despreocupado, cierto nervio y cierto interés por entretener al sufrido espectador para que este se olvide de su triste existencia mientras asiste a lo que sería un puñetazo palomitero a la mencionada crisis. La máxima víctima de lo que parece un hecho delictivo a gran escala como público objetivo de un film que se sabe limitado pero juega sus cartas con un mínimo de rigor. Y en estos tiempos de revisar lo de antaño, el trabajo de Leth echa una nada disimulada mirada hacia el cine clásico para apropiarse de una premisa más que prometedora.
La historia creada por el venezolano Pablo F. Fenjves recuerda sobremanera al magnífico film, inédito en nuestro país —ni siquiera el insigne Carlos Aguilar lo nombra en su mítica Guía del Cine como tantas otras— ‘Fourteen Hours’, dirigido por Henry Hathaway en 1951. En la misma un hombre producto de una gran depresión decide subirse a una cornisa de un alto edificio en la ciudad de Nueva York con la intención de suicidarse. ‘Al borde del abismo’ recupera dicho planteamiento —yo diría que lo copia descaradamente y sin ningún tipo de rubor— para acomodarlo en el contexto de un thriller sobre robos, a ratos espectacular y bien llevado, a ratos superando los límites de lo creíble. Las coincidencias entre ambos films son más que evidentes, y lo cierto es que el film de Hathaway es increíblemente moderno, funcionando tal vez mejor hoy de lo que lo hizo en su momento. Pero los tiempos mandan y hay que adaptarse a ellos.
Sam Worthington, en la que porobablemente sea la peor interpretación de su carrera —eso contando con el hecho de que se le pueda llamar intérprete— da vida a Nick Cassidy, un ex policía encarcelado por un delito que dice no haber cometido, el robo de un diamante por valor de 40 millones de dólares. Fugado de la prisión, aprovechando el entierro de su padre, pondrá en marcha un espectacular plan para demostrar su inocencia, y para ello deberá subirse a la cornisa de un edificio de Nueva York —hasta la ciudad es la misma que en el film de Hathaway, que original— desde la que amenazará con tirarse si no se cumplen sus demandas. Pronto el circo mediático estallará y determinados secretos irán saliendo a la luz. ‘Al borde del abismo’ juguetea un poco con el concepto “nada es lo que parece” y aunque cualquier espectador mínimamente inteligente no será pillado desprevenido, las relativas sorpresas del relato se digieren con cierta alegría.
El mensaje de la película es claro: los de arriba nos están puteando y tenemos que rebelarnos de una vez, hacernos oir. Así lo demuestran las escenas en las que el público, que movido por el morbo se queda a los pies del edificio esperando, tal vez deseando, que Nick se tire al vacío, empieza a demostrar su simpatía hacie un pobre hombre desesperado que podría ser cualquier de nosotros. ‘Al borde del abismo’ no ofrece ni el más mínimo respiro al espectador, una de sus principales bazas, posee un ritmo calculado al cien por cien y su crescendo dramático está conseguido, explotando en un clímax tan loco como loable. Loco porque no hay dios que se crea determinada escena —en realidad más de una—, y loable porque en cierto modo representa el triunfo del hombre corriente e inocente sobre el hombre rico ladrón y sin escrúpulos.
Hay algo de rabia y viveza en la puesta en escena de Leth, que a pesar de una historia algo cogida por los pelos, consigue que al menos pasemos un rato entretenido. La química entre Sam Worthington y Elizabeth Banks no funciona aunque lo deseamos; Ed Harris realiza para sorpresa del personal una penosa interpretación de un personaje no menos penoso y esquemático —en el fondo un villano con poca chicha—; la aparición de Edward Burns, figura inevitablemente unida a la ciudad de Nueva York, es casi un chiste por no decir que su personaje es un poco ridículo; y Jamie Bell con Genesis Rodriguez desprenden cierta simpatía como pareja de ladrones que actúan mientras dialogan sobre temas maritales. Curiosamente muchos de los personajes poseen cierto carisma que les hace empatar con el espectador. Que la película no haya triunfado entre el público es algo que se me escapa. ¿No nos gusta que nos recuerden la crisis aunque sea en un thriller? No me lo creo.
'La cazarrecompensas', el cine negro se tiñe de rosa
Inspirándose en ‘Huida a medianoche‘ (’Midnight Run‘, 1988) –divertidísima comedia de Martin Brest–, la novelista Janet Evanovich creó en 1994 al personaje de Stephanie Plum, una cazarrecompensas que comienza sus andanzas con ‘One for the Money’, que aquí se tradujo como ‘Uno por dinero’, y que las continúa a lo largo de una serie de dieciocho volúmenes, con el número correspondiente en cada uno de los títulos, que siempre han alcanzado el nº 1 de ventas en su lanzamiento, además de otros cinco libros que mantienen al personaje, pero se separan de la serie. Con semejante éxito editorial, la adaptación al cine de la primera de las aventuras de Plum tiene visos de filón que se decide explotar con sabiduría con la única duda posible de ¿por qué no se había hecho antes? El fracaso en España de la película, que se lanzó el 30 de marzo como ‘La cazarrecompensas’, sin respetar el orden numérico de la autora, puede estar justificado por el desconocimiento en nuestro país de la literatura de Evanovich.
‘La cazarrecompensas’ (’One for the Money‘, 2012) está dirigida por Julie Anne Robinson a partir de un guion adaptado, obra de Liz Brixius, Karen McCullah Lutz y Kirsten Smith. Nos da a conocer a Stephanie Plum justo antes de decidir convertirse en perseguidora de fugados: acaba de ser despedida de una tienda de lencería y está sin blanca, por lo que acepta trabajar para un primo suyo, aunque el nuevo empleo tenga muy poco que ver con su experiencia previa. Cuando se presenta en la oficina, descubre que el botín más jugoso que podría cazar es un exnovio con el que no rompió precisamente en buenos términos. Si os está sonando de algo, no os extrañe: sí, es el argumento de ‘Exposados’, solo que con los papeles intercambiados.
Lo peor: lo que se arrastra del libro
Aunque parezca que lo que debería dignificar a ‘La cazarrecompensas’ es su procedencia literaria, ocurre, cual paradoja –“parajoda” habría que llamarla en esta ocasión–, todo lo contario: justo lo que proviene de la novela es lo que menos favorece a la cinta. La voz en off resulta redundante con lo que se ve en imágenes –cuando llevamos unos minutos viendo el color de un coche, se nos quiere hacer reír con la idea de que es amarillo–, recalca sensaciones y conclusiones que ya se han entendido y fracasa al tratar de aportar ironía, como hacía en el cine negro. En su labor de adaptación, los guionistas, si querían mantener el recurso para aportar el aire de los detectives antiguos, deberían haber escrito nuevas líneas, teniendo en cuenta que ahora les acompaña la faceta visual. No solo queda mal por sí misma, sino que también perjudica otro de los aspectos: nada nos haría pensar que el tono intenta ser humorístico, por lo que no estaríamos percibiendo una carencia fundamental en la labor de la directora, pero estas frases en off nos delatan esta intención.
La trama investigativa es floja, carece de tensión, no incluye escenas de acción o persecuciones… ni como capítulo de serie televisiva se podría considerar solvente. Aunque este desarrollo argumental proviene de la novela, la negligencia hay que achacársela a los guionistas, ya que no se han dado cuenta de que los giros que podrían sorprender hace casi veinte años, hoy en día se huelen a la legua porque los hemos visto muy a menudo, además de resultar inverosímiles –como la confesión no provocada tras la instalación del micrófono–. La adaptación será de ahora, mientras la sensación es la de encontrarse con una cinta del primer lustro de los noventa, es decir, de la época en la que se publicó la novela. Es probable que lo que más rechazo haya creado a los espectadores sea la trama amorosa y esa tensión sexual no resuelta y, sin embargo, son la parte que mejor resultado ofrece del conjunto.
La elección de la actriz principal tampoco ha ayudado a transmitir el humor que mencionábamos, ya que Katherine Heigl considera que ser cómica se limita a aparecer desaliñada y no sacarse partido. Ni siquiera podemos decir que haya creado un personaje que despierte la empatía o apele a nosotros por tratarse de una novata torpe, es decir, de forma negativa, pero efectiva, como lo hacía Bridget Jones. Heigl se queda en anodina. Jason O’Mara está mejor como contrincante-partenaire, claro que, al no tratarse de un nombre conocido, como Butler o Dempsey, no apoya el cartel. Son algunos de los secundarios, como John Leguizamo, Sherri Shepherd o Debbie Reynolds en el papel de la abuela, los que mejor resultan. El personaje de Ranger, encarnado por Daniel Sunjata –en la segunda fotografía–, no es más que un apoyo necesario que quizá en futuras entregas tenga mayor desarrollo.
Conclusión
‘La cazarrecompensas’ es, en definitiva, una película mala, como se habrá podido imaginar la mayor parte de los lectores, que se apresurarán a lanzar un “¿qué te esperabas?”. Sin embargo, no es mala por lo que pueda saltar a primera vista como defectos obvios, sino por cuestiones más profundas que se encuentran en las decisiones a la hora de llevar la novela al cine. Ya que se trata del primer número de lo que se suele llamar una saga, es posible que lluevan más entregas con la cazarrecompensas Plum como protagonista. Salvo que perciba de antemano un enfoque muy diferente, no estaré ahí para comprobar qué tal quedan.
'Battleship', los transformers hunden la flota
El concepto de americanada está muy extendido a la hora de calificar ciertos blockbusters estadounidenses, y la cuestión es que tiene un significado tan negativo que suele costar encontrar otro que resulte más desalentador a la hora de ver una película. Hasta decir que es una mierda suena menos grave, ya que parece que es algo implícito en calificar a algo despectivamente como una americanada. Uno de los rasgos más característicos de estas producciones es que se tiende a incidir mucho en el orgullo de haber nacido en ese país y lo honorable que es dar hasta el último aliento de tu vida para defender los valores de esa nación. Además, suelen abundar los planos en los que se muestra sin rubor la bandera de USA para resaltarlo aún más.
Personalmente no veo que eso sea algo negativo per se, pero puedo entender que haya gente en España a la que poco menos que le provoque alergia. La primera es la escasa simpatía que provoca el gobierno de aquel país, pero la más importante hay que buscarlo dentro de nuestro territorio, y es que en España no mola el sentir cierto patriotismo por haber nacido aquí. Los desastrosos gobiernos que hemos padecido, que ese sentimiento parezca estar demasiado asociado a ciertas exaltaciones franquistas y la fortaleza de ciertos nacionalismos tampoco han ayudado. Además, aquí el término españolada, que debería ser un equivalente al de americanada, esté asociado a comedietas rancias y con poca gracia. ¿A qué ha venido todo este discursillo? Pues a que hoy llega a los cines españoles ‘Battleship’, un ejemplo perfecto de americanada que muchos ya han prejuzgado de antemano como una película que no merece la pena para nada. ¿Es eso cierto?
No creo que exista ni una persona que tenga cierto interés por el cine que no sepa ya que ‘Battleship’ es la supuesta adaptación cinematográfica del juego de mesa ‘Hundir la flota’. Este aspecto es otro de los que ha hecho mucho daño a la percepción a priori de la gente, y nadie puede culparles. Y es que, ¿qué narices tiene que ver una invasión alienígena que en su primer paso para la dominación mundial se enfrenta a la flota de varios países con esas partidas en las que uno decía A4 y te contestaban agua o tocado? Pues nada, discutir ese punto sólo sirve para hacer bromas sobre ‘Battleship’ y desprestigiarla aún más. ¿Cuál es el motivo entonces de haber incidido en el hecho de adaptar el juego de Hasbro? Pues ya os confirmo lo que digo en el titular de la crítica: Para darle a la película cierto aire a ‘Transformers’ en las creaciones robóticas que aparecen en pantalla sin que exista el peligro de recibir una bonita demanda judicial por plagio.
A priori, el único punto que daba cierta confianza de ‘Battleship’ era contar con Peter Berg tras las cámaras, el cual ya había dado muestras de su talento para una producción de este calibre con la apreciable ‘Hancock’, la cual, bajo su corteza de mero entretenimiento, presentaba varios apuntes de interés sobre la (casi) inevitable soledad del superhéroe, al mismo tiempo que se alejaba mucho del retrato ideal habitual de este tipo de personaje. Otro aspecto que había demostrado tanto ahí como en trabajos posteriores es que es un director con buena mano para la puesta en escena. Cierto que no llega a la categoría superior de realizadores de cine comercial (Christopher Nolan, David Fincher, etc.), pero es un director que se preocupa por la historia, ya que una de las máximas que algunos descuidan es que el espectador se entere de lo que se le está contando. Ahí Berg hace un gran trabajo al evitar saturar al espectador con una explosión detrás de otra, y al mismo tiempo se añaden pequeños detalles que resten algo de impacto al hecho de ser una americanada (el momento en el que el asiático asume el mando). Además, todo fluye con cierta naturalidad gracias a él.
El problema es que el guión de ‘Battleship’ presenta una gran cantidad de deficiencias que imposibilitan por completo el que pueda llegar a ser una buena película. El más grave de todos es lo mal perfilados que están la mayor parte de los personajes (algo clave para implicarnos mínimamente en lo que pueda pasarles), donde únicamente el protagonista tiene unas motivaciones más o menos definidas. El resto oscila entre ser una especie de complemento (su hermano, la novia, el rival asiático) o meros (aunque agradecidos) añadidos por lo general con una función cómica (una Rihanna intrascendente, pero que no desentona). La historia tampoco es que sea nada del otro mundo, y su progresión recuerda bastante a la de ‘Independence Day’ (ejemplo de americanada cumplidora para pasar el rato), sobre todo por el hecho de la invasión de extraterrestres aparentemente invencibles, y que luego surja alguna idea un poco porque sí para encontrar algún punto débil en los invasores.
Era de esperar que el despliegue de efectos especiales fuese atronador, ya que Universal ha invertido mucho dinero en la película, siendo ‘Battleship’ la que da inicio a su campaña de producir más superproducciones para intentar conseguir taquillas algo más abultadas para sus producciones. Esto puede parecer una tontería, pero apenas aparecen dos cintas de Universal entre las 50 películas más taquilleras de la historia, y encima la más reciente es ‘Parque Jurásico’, de la cual hace ya mucho de su estreno. En esta ocasión hay que reconocer que el dinero luce en pantalla, pero sin apabullar innecesariamente al espectador, ni abusar de criaturas inútiles (uno de los grandes errores de las secuelas de ‘Transformers’). Aquí las creaciones oscilan entre las naves alienígenas, los propios extraterrestres (y sus trajes) y una especie de bolas mortíferas que tienen la capacidad para acabar con cualquier cosa que se cruce en su camino. Añadir más sólo hubiera servido para que nos costase más creernos una posible victoria de los humanos, aunque no dudo que la cosa pueda ir a más en una hipotética secuela (la escena tras los créditos finales va en ese camino).
Ya he señalado que los personajes no es que sean gran cosa, siendo el de Taylor Kitsch la única salvedad. Kitsch ya había colaborado con Berg en la serie de televisión ‘Friday night lights’, y ese rol de chico rebelde, desorientado pero con potencial de Tim Riggins es el mismo que caracteriza a Alex Hopper. De hecho, en los primeros minutos hasta puede haber cierta dificultad para diferenciar a ambos personajes. Luego, al contrario de lo que sucedía en ‘John Carter’, Kitsch demuestra cierto carisma para estar al mando de una producción de estas características y su héroe improbable funciona con corrección como timón dramático. El resto del reparto está orientado a su alrededor, desde el exceso de honorabilidad de su hermano (aceptable Alexander Skarsgård), su novia tetona (anodina Brooklyn Decker) o el temible padre de ésta (un Liam Neeson cumplidor, pero con una presencia física en el relato mucho menor a la esperada). El resto pulula por ahí para añadir algo de humor, en lo que supone uno de los grandes aciertos de ‘Battleship’, ya que podría hacerse insoportable si se tomará 100% en serio a sí misma, error habitual de las americanadas malas. Además, no falta el momentazo con los veteranos, ni tampoco una historia de superación personal que busca cierta implicación por parte del espectador, pero sin conseguirlo.
En definitiva, ‘Battleship’ es una americanada entretenida. Sé que habrá a quienes tal concepto les parecerá un disparate y que opinarán que todos los blockbusters norteamericanos que enarbolan el patriotismo son una tomadura de pelo en la que no merece perder el tiempo. Es mejor que no veáis ‘Battleship’ si compartís esa opinión, pero si no tenéis problemas en distinguir los que sirven para pasar un rato entretenido de los que son una basura propagandística, quizá no sea mala idea que os acerquéis a ver esta película. Un buen entretenimiento al que se le pueden sacar muchas pegas si uno se empeña en pedir que sea algo que nunca jamás pretende, porque, guste o no, ‘Battleship’ cumple sus objetivos.
'Take Shelter', la locura del apocalipsis
‘Take Shelter’ (2011) supone el segundo trabajo de dirección y guión por parte de Jeff Nichols tras ‘Shotgun Stories’ —un tercer largometraje, ‘Mud’, de nuevo con Michael Shannon se encuentra en post-producción—, y viene precedida de su paso por numerosos festivales, entre ellos Sundance, Cannes o Gijón, en los que independientemente de los premios ganados o no, ha sido recibida generalmente con cierto admiración. Nos encontramos pues ante la cinta indie del momento, de la temporada, y su estreno en salas comerciales no deja de sorprenderme, no por la calidad del film —creo que todo film tiene derecho a un estreno mínimamente digno, aunque suene a utopía— sino por el hecho de que en estos tiempos en los que se necesita clasificar y etiquetar todo, el vender una película como la que nos ocupa es una tarea harto difícil pues es inclasificable. Siempre ataco a la distribución de nuestro país pero esta vez me quito el sombrero.
El film de Nichols no llegará con facilidad al gran público acostumbrado a otros menesteres más fácilmente digeribles, incluso habrá atrevidos que pensando que se encuentran ante un film de corte fantástico y ciencia ficción salgan completamente desconcertados rechazando por completo la valiente propuesta de Nichols. Habrá también quien crea encontrarse ante una nueva película de culto que dará que hablar en los próximos años. Sin estar completamente de acuerdo con los segundos, sí tiendo a pensar que ‘Take Shelter’ podría sentar cierta cátedra en el futuro cine indie, y eso que no está exenta de influencias —¿qué película lo está?—. No puedo negar, ni quiero porque el paso del tiempo es vital en el arte, que la película es de esas que se quedan rondando en la cabeza bastante tiempo, dispuesta a dejarse descifrar. En este momento no puedo evitar cierta decepción, aunque también algo de entusiasmo.
La película de Nichols nos puede hacer pensar en films como ‘La semilla del diablo’ (‘Rosemary´s Baby’, Roman Polanski, 1968) o ‘La última ola’ (‘The Last Wave’, Peter Weir, 1977), en las que los personajes —interpretados por Mia Farrow en la primera y Richard Chamberlain en la segunda— se enfrentaban solos a algo terrorífico sin saber si es real o está dentro de sus cabezas como producto de la locura, una obsesión convertida en apocalíptica premonición jugando siempre con lo imaginario y lo real, y dejando en el espectador la inquietante sensación de haber asistido a una pesadilla o a algo terriblemente real. Si en los films citados queda claro en sus finales, en el trabajo de Nichols este se da la mano con el universo de David Lynch, con Shyamalan y con algún que otro clásico, mostrando una mezcla a ratos inspirada, a ratos algo cansina, pero que llama la atención por la convicción de su director en la puesta en escena.
Con un soberbio trabajo por parte del fotógrafo, poco conocido, Adam Stone, Nichols nos muestra cielos amenazantes, pájaros muertos que caen del mismo en secuencias que nunca sabremos si son reales o simplemente son un retrato del interior de la cabeza del protagonista, cuyo mayor temor además de pensar que se acerca una gran tormenta es haber heredado la enfermedad de su madre hospitalizada —una breve Kathy Baker— a temprana edad por esquizofrenia. Un dato más que sirve para mantener el suspense y la incertidumbre que no serán desveladas hasta el plano final, en el que objetividad y subjetividad se dan la mano como pocas veces se ha visto en el cine reciente. Todo ello con claras alusiones a la crisis —numerosas las escenas en las que Jessica Chastain está contando dinero o se habla de la precariedad debido a la actual situación—, y de subrayar la unidad familiar como bálsamo contra problemas, tanto exteriores como interiores.
Michael Shannon —a quien hay que ver también en la inédita en nuestras salas ‘Bug’ (William Friedkin, 2006) de sospechoso parecido con la presente— es el actor perfecto para encarnar a Curtis, el protagonista. A estas alturas el tipo de personajes que realiza Shannon —cualquier cosa menos normales— ya nos resultan familiares y sus rarezas encuentran en el actor la vía perfecta para transmitir aquello que llamamos comúnmente mal rollo. El mismo que durante toda la película se extiende —no sabemos si Curtis se convertirá en alguien peligroso o los peligros que él presiente y ve se harán reales en cualquier momento—, a pesar de que en algunos momentos, no pocos, la historia se vuelve algo repetitiva, subrayando las mismas cosas una y otra vez, como si Nichols estuviese enamorado de su libreto y no se decidiese de una vez a dejar libres a sus personajes.
Si antes citaba sendos trabajos de Polanski o Weir, a Shannon podemos emparejarlo directamente con el excepcional James Mason en la no siempre justamente apreciada ‘Más grande que la vida’ (‘Bigger Than Life’, Nicholas Ray, 1956) en la que el personaje central vivía por decisión propia en un mundo lleno de alucinaciones para sentirse superior a los problemas económicos y la mediocridad de su vida. La diferencia es que en el film de Nichols, Curtis no toma dicha decisión, él no ha pedido su delirio y las visiones que le atormentan cada vez que duerme. ‘Take Shelter’ contiene la suficiente inteligencia como para saberse limitada en algunos puntos y muy controladamente libre, aunque suene a contradicción, en otros. Hablar de posible film de culto me parece exagerado —muchas cintas denominadas de culto, sobre todo del cine moderno, no lo merecen en mi opinión— pero no podemos negar la valentía de su premisa en tiempos de apocalipsis más espectaculares.
Fuente blogdecine.com
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