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viernes, 28 de marzo de 2014

Estrenos:'Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!'



Desmaquillarse para salir a escena. Así arranca ‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’ (‘Les garçons et Guillaume, à table !’), la ópera prima del también actor y guionista Guillaume Gallienne. Guillaume se quita la máscara en los camerinos para salir ‘desnudo’ al escenario y contar su historia, desnudarse ante el público del teatro y el espectador del cine, con su historia divertida en apariencia, pero dramática cuando la piensas bien y sobre todo, un canto a ser uno mismo.

La gran triunfadora de los pasados Premios César es una adaptación propia del espectáculo teatral de Guillaume Gallienne que le llevó a recorrer los teatros cosechando una gran éxito y es que, Gallienne puso toda su experiencia de la Comédie Française —algo así como el Centro Dramático Nacional francés— en convertir su vida en un divertido monólogo en el que interpretaba a todos los personajes.

‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’ es una película pequeña, tierna y efectiva que se convirtió en una de las grandes sorpresas de la Quincena de los Realizadores del pasado Festival de Cannes y luego en toda Francia y que todavía puede verse en algún cine de la capital francesa a pesar de haberse estrenado el pasado mes de noviembre. Sin duda, una de mis favoritas del 2013.

La búsquedad de identidad

‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’ es una película autobiográfica, tanto que ni nos atrevemos a tocar la sinopsis escrita por el propio director y que dice así:

El primer recuerdo que tengo de mi madre es de cuando tenía cuatro o cinco años: nos llamaba a mis dos hermanos y a mi a la mesa diciendo: «Niños, Guillaume, ¡a cenar!» y la última vez que hablé con ella por teléfono, colgó diciendo: «Cuídate, mi niña grande», Y, bueno, entre estos dos momentos hubo un buen número de malentendidos.

Guillaume Gallienne deja muy claro dos cosas desde la primera secuencia: uno, que al desmaquillarse para salir al escenario nos va a contar una historia llena de verdad y sin artificios —y no, no importa que haya cosas que no sean autobiográficas del todo, nos da igual—; y dos, que no piensa dejar atrás sus orígenes teatrales. ‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’ era una obra de teatro y Gallienne nos deja sus huellas teatrales al mostrarse él solo, en un escenario con pocos elementos, contándonos su historia para después trasladarnos a escenarios ‘reales’.

Una forma brillante de adaptar teatro al cine que fluye sin que el espectador se de cuenta y que al terminar es inevitable que pensemos aquello de “la vida es puro teatro”. Y es que Gallienne utiliza como nadie todos los recursos teatrales del drama y de la comedia como terapia y como excusa para encontrarse a uno mismo, afrontar la realidad y en definitiva, para buscar su propia identidad y luchar contra los prejuicios y lo establecido.

La cinta está totalmente falta de prejuicios, para contarnos precisamente un exceso de prejuicios. El director navega en su memoria para contarnos diferentes etapas de su vida, en las que Guillaume es criado a imagen y semejanza de su propia madre —y es el propio Guillaume quien la imita por purísima admiración—, causándole serios problemas de identidad sexual. Una crisis que el director nos muestra sin tapujos ni tabúes y gracias a los cuales su fantástica comedia se ve ensombrada —y en el buen sentido— por conmovedores momentos de drama.

‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’ es una comedia en toda regla con momentos hilarantes —las estancias lingüísticas en la Línea de la Concepción, en un internado inglés o en Alemania, son dignas de no perdérsela en versión original subtitulada— y cuyo gran encanto reside en la(s) interpretacione(s) de su protagonista, el propio Guillaume Gallienne —aquí, director, guionista y actor—, que se encarga de interpretarse a sí mismo y el papel de su madre. Una interpretación brillante, divertida y conmovedora que le convierten en la revelación del año en nuestro país y el César al Mejor Actor en el país vecino.

En definitiva, la ópera prima de Gallienne es mucho más que una comedia que ensalza las diferencias de cada uno, un canto a la verdad del teatro y un pequeño gran homenaje a las mujeres. Una pequeña delicia a la que le auguramos buena y pausada vida en la taquilla española.



'Non-stop (Sin escalas)', en un puño



La respiración se entrecorta. Las pupilas se dilatan. La sangre se agolpa en tus oídos. Oyes perfectamente los fuertes y rítmicos latidos del corazón. La caja torácica parece empequeñecerse y no poder dar cabida a la intensidad de los potentes impactos de dicho órgano. Toda la musculatura de tu cuerpo se tensa. Casi no puedes moverte. La boca se reseca. Y no, no estoy describiendo las reacciones del cuerpo ante una situación de peligro, sino cómo es posible que reaccione el organismo ante este espléndido thriller de acción que ha resultado ser ‘Non-stop (sin escalas)’ (‘Non-stop’, Jaume Collet-Serra, 2014).

Considerando la notable cantidad de producciones del género que se han desarrollado a bordo de un avión en pleno vuelo, afirmar que esperaba entre poco y nada de la nueva cinta protagonizada por Liam Neeson no se aleja de una realidad a la que había que añadir el desgaste que el actor mostraba en los últimos títulos llamados a explotar su faceta como inesperado héroe de acción, títulos que, curiosamente, y con ejemplos aborrecibles como ‘Venganza: Conexión Estambul’ (‘Taken 2’, Olivier Megaton, 2012), encontraban en ‘Sin identidad’ (‘Unknown’, 2011), el anterior filme de Jaume Collet-Serra, su punto más bajo.

Sin intención aparente por parte de director y actor de abandonar colaboraciones y tipo de cine —ya está en post-producción ‘Run All Night’, que unirá de nuevo a cineasta e intérprete, y en fases previas la tercera entrega de ‘Venganza’ (‘Taken’, Pierre Morel, 2008)— resulta muy evidente a la luz de lo que podemos ver en ‘Non-stop’ que el catalán ha alcanzado con esta su quinta producción cinematográfica una madurez de formas que sus anteriores incursiones en el séptimo arte habían apuntado de forma intermitente sin llegar a cuajar en toda su plenitud.

‘Non-stop’, con la dirección por bandera

Así pues, que lo mejor que puede ofrecer ‘Non-stop’ reside en su dirección es una afortunada afirmación que encuentra en la labor de Collet-Serra todo un rosario de recursos, planificación y ejecución que convierten los espacios de la cabina del avión en el que transcurre la práctica totalidad del metraje en un escenario lleno de oportunidades para un cineasta que sabe cómo aprovechar todas y cada una de las que se le brindan, trazando con este modélico ejercicio un virtuoso ejemplo de lo mejorcito que se ha podido ver en la gran pantalla en los últimos tiempos de este tipo de cine.

Apoyándose en un guión que está construido como un mecanismo de relojería y al que muy pocas pegas pueden ponérsele atendiendo por supuesto a los parámetros en los que suelen moverse los libretos de este tipo de producciones, acaso la parca y arquetípica definición de todos los personajes en claro favor de los que encarnan las dos estrellas del filme —y, en última instancia, de la de Neeson en detrimento de la que ostenta Julianne Moore—; la muscular dirección de Serra encuentra motivos para el regocijo tanto en la vertiente de intriga del filme como en las ejemplares set-pieces que animan la función.

Con todo el tramo final del metraje como mejor ejemplo de lo que las sensaciones que el catalán es capaz de instilar en el público, el inagotable carisma que siempre es capaz de desprender Liam Neeson —atención al momento de la confesión—, el correcto trabajo de John Ottman a los pentagramas y lo bien que juega sus cartas el guión para no terminar deviniendo en un producto previsible y legible a la legua, ‘Non-stop (Sin escalas)’ se termina alzando como una dignísima propuesta de acción que demuestra, una vez más, que lo que éstas necesitan es de directores que entiendan que la claridad narrativa es fundamental para el género. Gracias Sr. Serra.




'Capitán América: El soldado de invierno'



Los superhéroes creados por Marvel han llegado al cine para quedarse, ya que su presencia en la gran pantalla no solamente no va a decaer, sino que los estudios van a exprimirlos hasta que llegue el momento —si es que llega— en el que el público pierda todo interés en ellos. Eso sí, no todos forman parte del mismo universo cinematográfico, aunque son las aventuras cinematográficas creadas por la propia Marvel las que han gozado de un mayor apoyo popular.

Todo hacía indicar que sería ‘Los Vengadores 2: La era de Ultrón‘ (‘Avengers: Age of Ultron’, Joss Whedon, 2015) la cinta que realmente pudiese discutir el cetro de mejor película Marvel a su primera entrega, viéndose a títulos como ‘Capitán América: El soldado de invierno‘ (‘Captain America: The Winter Soldier’, Anthony y Joe Russo, 2014) como un mero trámite hasta que llegase lo realmente bueno. Ya podéis ir olvidándoos de esa idea, porque la segunda entrega de las aventuras del Capitán América es lo mejor que hemos visto de Marvel hasta el momento.

‘Capitán América: El soldado de invierno’, una película de superhéroes diferente


Con ‘Capitán América: El primer vengador‘ (‘Captain America: The First Avenger’, Joe Johnston, 2011) se apostó por un afortunado cruce entre cine bélico y de aventuras para introducir a un personaje cuya presencia en ‘Los Vengadores‘ (‘The Avengers’, Joss Whedon, 2012) era obligatoria, lo cual podía llegar a transmitir la sensación de que la película era poco más que un simple trámite para que el público conociera al Capitán América y evitar así la posibilidad de que los espectadores lo equiparasen a Ojo de Halcón, el vengador que ha acabado convirtiéndose en objeto de infinidad de bromas.

A decir verdad, no culparía a los espectadores que vean varios títulos producidos por Marvel como simples pasos hacia la culminación con una nueva aventura cinematográfica de Los Vengadores, pero me costaría entender ese relativo desprecio hacia ‘Capitán América: El soldado de invierno’. Por lo pronto, se obvia la saturación cómica presente en ‘Thor: El mundo oscuro‘ (‘Thor: The Dark World’, Alan Taylor, 2013) y, sobre todo, ‘Iron Man 3‘ (Shane Black, 2013) que las convirtió a ojos de algunos en unas astracanadas, ya que aquí, sin renunciar al humor —se utiliza a cuentagotas y con una efectividad irrebatible—, se apuesta por por una excelente puesta al día de los thrillers de espías.


Es evidente que la acción tiene una fuerte presencia en ‘Capitán América: El soldado de invierno’, ya que es lo que el público demanda de este tipo de películas, pero los hermanos Russo no quieren que su atractivo se limite a una serie de set pieces más o menos conseguidas, pues prefieren que éstas sean las cimas de una historia bien hilvanada que sepa captar nuestro interés. Eso sí, conviene tener en cuenta que la propia Marvel ha ido creando ciertas limitaciones a la tensión dramática que sus películas pueden alcanzar y que la existencia previa de los cómics también resta impacto a según qué sorpresas.

Salvando eso, ‘Capitán América: El soldado de invierno’ difícilmente podría jugar mejor con las cartas que tiene a su disposición. El primer acierto es relativizar el protagonismo del Capitán América en beneficio de conseguir transmitir la sensación de ser un equipo el que está luchando contra esta nueva amenaza para la paz mundial. Equipararlo a Los Vengadores sería un error, pero al menos sí que se entiende que Iron Man o Thor no hagan acto de presencia sin que esto se traduzca en una especie de banalización de la amenaza en cuestión, que es lo que sucedía en ‘Thor: El mundo oscuro’, pero aquí es la némesis ideal para nuestro superhéroe.

El estimulante e inesperado equilibrio entre historia y acción


Soy consciente de que los tejemanejes entre bastidores son menos estimulantes a la vista que las batallas marcadas por la destrucción, pero el guión de Christopher Markus y Stephen McFeely consigue un delicado equilibrio entre ambas realidades que los hermanos Russo saben explotar para regocijo de los que queríamos algo más que un buen entretenimiento, algo que también nos ofrece esta segunda misión en solitario de Chris Evans —obvio que no está al mismo nivel que en ‘Rompenieves‘ (‘Snowpiercer’, Bong Joon-ho, 2013), pero nada puede reprocharse a su trabajo aquí—, aunque ahí sí que haya que reconocer que ‘Los Vengadores’ sigue siendo el rival a batir.

Ese equilibrio se transmite también al reparto de las escenas de acción, donde por fin podemos ver dándolo todo a Samuel L. Jackson, pero también al resto de aliados del Capitán América. A cambio, los Russo reservan para nuestro protagonista las mejores peleas cuerpo a cuerpo que nos ha ofrecido hasta ahora Marvel y todo ello sin caer en una ridícula espiral de muerte y destrucción como sí sucedía en ‘El hombre de acero’ (‘Man of Steel’, Zack Snyder, 2013). Incluso Halcón, un personaje que bien podría haber quedado reducido a ser relleno deluxe como sucedía con Don Cheadle en ‘Iron Man 3’, tiene su oportunidad para ser importante y ganarse nuestro cariño.


Habrá quien quiera utilizar despectivamente la palabra previsible a la hora de valorar ‘Capitán América: El soldado de invierno’ y es que es verdad que hay ciertas claves del argumento que uno da por sentadas por un motivo u otro, pero la clave es que la película sepa jugar con ellas e integrarlas dentro del relato sin que haya grandes bajones de interés. Los Russo se encargan de que eso no suceda en ningún momento, ya que el respeto a la inteligencia del espectador se convierte en algo esencial para que la trama de espionaje no se venga abajo.

La clave para el éxito de los Russo es haber estructurado de tal forma la película que todo encaje perfectamente en su lugar y que nada transmita la sensación de haberse añadido para arreglar posibles problemas —recordemos que Loki ganó importancia en ‘Thor: El mundo oscuro’ por ello— o simplemente para preparar lo que está por venir. Y además abrazando sin miedo la necesidad de añadir ciertos cambios de importancia al universo cinematográfico Marvel, aunque dejándonos con la miel en los labios sobre lo que eso realmente supondrá.

Creo que ni es necesario incidir en la espectacularidad de la propuesta, ya que eso es algo que ya se da por sentado y en lo que nadie se sentirá defraudado, pero sí en que realmente haya un buen desarrollo de personajes —hasta consiguen dar suficiente entidad a Viuda Negra como para que nos interese su odisea vital, algo que hasta ahora Marvel no había hecho precisamente bien— esencial para esa inesperada armonía conseguida por los Russo, ya que sus diálogos tampoco son nunca relleno, sino una pieza esencial para la construcción de ‘Capitán América: El soldado de invierno’ como un todo compacto y sin fisuras.


Podría seguir incidiendo en ciertos detalles, pero prefiero que seáis vosotros los que descubráis en todo su esplendor los motivos por los que ‘Capitán América: El soldado de invierno’ es lo mejor que Marvel nos ha ofrecido hasta ahora, siendo ahora más razonable ese movimiento kamikaze para enfrentar directamente a la tercera entrega contra la tan esperada como temida ‘Batman vs. Superman’ (Zack Snyder, 2016). Y es que simplemente estamos ante la primera vez que la compañía sabe conjugar la necesidad de ser un gran entretenimiento con la posibilidad de ser una película estimulante más allá de sus escenas de acción y sus jocosas bromas. Bravo.




'El gran hotel Budapest', elogio del absurdo



Más o menos en los mismos términos en los que hace unas semanas arrancaba la entrada correspondiente a ‘Her’ (id, Spike Jonze, 2013) son en los que podría iniciar el correspondiente al filme que hoy nos ocupa, esta deliciosa sorpresa que ha resultado ser ‘El gran hotel Budapest’ (‘The Grand Budapest Hotel’, Wes Anderson, 2014). Y es que lo mismo que afirmaba para Spike Jonze es válido para un Wes Anderson que nunca ha sido santo de mi devoción y del que, a falta de ver ‘Moonrise Kingdom’ (id, 2012), sólo he conseguido disfrutar plenamente con esa alocada propuesta animada que fue ‘Fantástico Mr.Fox’ (‘Fantastic Mr.Fox’, 2009).

No hay pues necesidad de hacer un repaso de los cuatro filmes que sí vi en su momento de este peculiar cineasta estadounidense cuando todos ellos devolvían sensaciones desiguales que, en ningún caso, se aproximan a aquellas que extraje el pasado viernes del visionado de una cinta que sabe ganarse las simpatías del espectador con muy pocos minutos de proyección y que, evocando una narración que bien podría pasar por un encantador cuento cargado de melancolía, mantiene un ritmo narrativo envidiable conjugando sarcasmo, ironía y ternura a partes iguales.

Y todo ello lo logra Anderson en virtud al perfecto maridaje y brillante equilibrio que esta su última propuesta consigue alcanzar entre las excelencias de su dirección —sublime toda ella—, de un reparto tan amplio como perfectamente aprovechado y de un guión que, puesto en imágenes, nos devuelve de un sonoro y elocuente bofetón a otra época en la que el cine era un arte mucho más sencillo, en el que la imaginación y la inventiva eran los recursos con los que sorprender al público y en el que la imagen, por encima de cualquier otra disquisición, era el pilar fundamental del este mundillo.

‘El gran hotel Budapest’, loor del cine mudo

Es por ello que, desde su magnífico comienzo hasta su soberbio final, el metraje que Anderson pone en pie se impregna de los modos narrativos del cine mudo y de ese ritmo alocado que, por ejemplo, podíamos ver en las cintas de Meliés o en el humor físico de Buster Keaton o Harold Lloyd. Mirada cargada de respeto hacia lo que los padres del séptimo arte nos legaron hace más de un siglo, ‘El gran hotel Budapest’ se alza pues, en primera instancia, como toda una declaración que exuda amor por el cine por los cuatro costados de todos y cada uno de los fotogramas que componen sus 100 minutos de duración.

Un amor que, además de echar mano de maquetas, trucajes fotográficos, montajes algo acelerados y un formato 4:3 que evoca otros tiempos —ni mejores ni peores, simplemente otros— se deja notar, y cómo, en el sentido del humor que dimana de todo el filme. Un sentido del humor del que se empapan, en un momento u otro, la totalidad de los personajes y que va saltando del slapstick a la más fina ironía, de ésta al sarcasmo más caústico y de aquí, directamente, al gran sentido de la farsa y la acidez de la soterrada crítica historicista que ni puede ni quiere ocultar su máximo artífice.

La impecable labor del reparto al completo —de exquisito podría calificarse lo que Ralph Fiennes nos regala aquí—, sorpresa del debut de Tony Revolori incluída, ayuda sobremanera a dejarse embelesar por la constante delicia que es este cautivador relato. Un relato que invita a perderse en lo colorido de su factura fotográfica, en ciertas secuencias sobresalientes —atención a la de la cárcel o la que lleva a los dos protagonistas a una frenética persecución por la nieve— y que, no obstante, deja un hondo poso en el espectador que incita a ciertas reflexiones invisibles a primera vista.

Entre ellas destaca, y muy a la manera de lo que podemos leerle en cada nueva entrega de ‘Palookaville’ a ese enorme autor de cómics que es el canadiense Seth, la intencionada búsqueda de la nostalgia en lo que nos rodea y la aceptación de lo que hay de enriquecedor en esa mirada hacia otro tiempo que de ella se desprende. Un filme para ver con todos los sentidos bien alerta y para seguir revisándolo en la memoria una vez se sale, sonrisa de oreja a oreja mediante, de una sala que guarda un pequeño tesoro lleno de magia y que cualquier cinéfilo, sea del palo que sea, debería tener a bien descubrir.


Fuente blogdecine.com

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