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sábado, 29 de octubre de 2011

Sean Penn dirigirá a De Niro y Kristen Wiig en 'The Comedian'

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Sean Penn tiene a punto su nuevo trabajo como director. Se titula ‘The Comedian’ y FilmNation Entertainment se ha hecho con los derechos para su distribución internacional. La compañía ha emitido un comunicado en el que (orgullosamente) anuncia que “el ganador de un Oscar” Robert De Niro acompañará a Kristen Wiig (‘Paul’, ‘La boda de mi mejor amiga’) al frente del reparto de la película, que estará producida por el propio De Niro, Jon Kilik, Art y John Linson. El rodaje comenzará en la próxima primavera.

Art Linson y Jeffrey Ross firman el guion de ‘The Comedian’, sobre un cómico cuyo momento de gloria ya ha pasado. Jackie Burke (De Niro, al que no le supondrá mucho esfuerzo meterse en el personaje) fue una vez una querida estrella de la televisión, pero ahora debe aceptar todo tipo de trabajos con la esperanza de recuperar algún día su brillante carrera. Tras ser condenado a realizar trabajo comunitario por golpear a una persona con un micrófono durante su última actuación, Jackie conoce a Harmony (Wiig), una deslumbrante e insolente pelirroja que dará un giro a su vida. Al principio se caerán mal. Luego bien. Risas, sexo. Viejos hábitos y recuerdos florecen, se llevan mal de nuevo. Y justo al final bien otra vez, con discurso incluido sobre las segundas oportunidades y lo bonito que es compartir la vida con alguien con quien poder desahogarte. Créditos finales con algún tema musical pop muy “cool”... Hey, ¿no hemos visto esto antes? Bromas aparte, seguro que la película está bien. O no, pero habrá que verla, Wiig está a punto de comerse el mundo.

PD: Penn está actualmente implicado en la filmación de ‘Gangster Squad’, donde comparte protagonismo con Ryan Gosling, Emma Stone, Nick Nolte y Josh Brolin.

Vía | ComingSoon

 

Seminci 2011 | 'Hasta la vista' gana la Espiga de oro

 

El belga de treinta y siete años Geoffrey Enthoven se ha alzado con la Espiga de oro en la 56ª edición de la Seminci 2011 o Semana Internacional de cine de Valladolid, con su película ‘Hasta la vista’, que cuenta, en clave de humor negro y con la intención de romper tabúes gracias a la risa y de predicar el “carpe diem”, la epopeya de tres minusválidos que vienen a España en busca de un brudel acondicionado para sus dificultades. El argumento me recuerda a ‘Nacional 7’, pero habrá que esperar para comprobar si se parecen.

Agnieszka Holland ha sido considerada mejor directora por ‘In darkness’. La espiga de plata ha sido para ‘Las nieves del Kilimanjaro’, de Robert Guédiguian. La española Paula Ortiz recibe el premio Pilar Miró a la mejor dirección novel por ‘De tu ventana a la mía’. Zhou Dongyu, la protagonista de ‘Shan sha shu zhi lian’, de Zhang Yimou, se ha llevado el de mejor actriz y el de mejor intérprete masculino ha ido a parar, ex aequo, en Brendan Gleeson, por ‘The guard’, y Patrick Huard, por ‘Starbucks’. La islandesa ‘Volcán’, de Rúnar Rúnarsson, ha triunfado en Punto de Encuentro, y la australiana Murundak songs of freedom, de Natasha Gadd y Rhys Graham, se ha llevado el premio en la sección Tiempo de Historia.

Anteriormente en Blogdecine:

Vía | Europa Press.

'My Week With Marilyn', nuevo cartel y tráiler

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Empieza la lucha por el Oscar y Michelle Williams está entre las favoritas para llevarse uno en la categoría de mejor actriz protagonista, por interpretar a Marilyn Monroe. Por lo pronto ya ha ganado un “Hollywood Film Award”, si es que eso significa algo. Como podéis ver, los halagos al trabajo de Williams ocupan un espacio considerable en el nuevo cartel de ‘My Week With Marilyn’, junto a una imagen muy bien elegida en la que parece que estemos viendo a la mismísima Monroe. Más abajo os he dejado el tráiler subtitulado al castellano, que no lo habíamos comentado aquí. Ya me diréis qué os parece, a mí me ha cautivado, me ha dejado con ganas de ver la película, aunque como de costumbre han incluido más escenas de lo necesario. Aparte de Williams, me da en la nariz que Kenneth Branagh también tiene muchas papeletas para aspirar a una estatuilla dorada dando vida a Laurence Olivier.

Como ya os comenté cuando vimos el primer póster, ‘My Week With Marilyn’ (‘Mi semana con Marilyn’) se basa en el libro homónimo escrito por Colin Clark en el que narra su experiencia como asistente de dirección durante el rodaje de ‘El príncipe y la corista’ (‘The Prince and the Showgirl’, 1957). Adrian Hodges firma el guion y Simon Curtis se ha encargado de la puesta en escena, siendo su debut en el cine. Eddie Redmayne, Judi Dench, Toby Jones, Julia Ormond, Emma Watson, Dominic Cooper, Dougray Scott y Derek Jacobi acompañan a Williams y Branagh en la película, que se estrena el próximo 23 de noviembre en EE.UU. De momento no hay fecha para España, pero como caerán nominaciones, supongo que nos la traerán en enero o febrero.

PD: Scarlett Johansson ha perdido una gran oportunidad. ¿No os parece perfecta para el papel?

Vía | Impawards

 

'Muerte en Venecia', un actor, un final

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Hace bien poco os hablaba, en mi texto sobre ‘Intruders’ (id, Juan Carlos Fresnadillo, 2011), de cómo el tramo final de una película podía echar por tierra y anular todo lo visto hasta ese instante. También os comentaba al respecto de ‘Carga maldita’ (‘Sorcerer’, William Friedkin, 1977), que todos los grandes directores —con la excepción que confirma la regla por motivos evidentes, de Charles Laughton— tienen su película fallida o maldita, incluso varias. ‘Muerte en Venecia’ (‘Morte a Venezia’, 1971) es curiosamente una de las películas más prestigiosas de su director, el gran Luchino Visconti, una de las más admiradas de su filmografía, pero para quien esto suscribe también una de las más flojas, un ejemplo perfecto de la decadencia de un director que, cuando el cine empezó a ser más libre en sus formas, se perdió en sus obsesiones y en un gusto por el detalle realmente obsesivo.

Basada en la novela de Thoman Mann, ‘Muerte en Venecia’ supone la segunda entrega de una trilogía temática bautizada como Trilogía de Alemania, que aunque fue producto del azar —Visconti en realidad quería filmar otra película— conforma junto con la anterior ‘La caída de los dioses’ (‘La caduta degli dei’, 1969) —el film más insoportable de su director—, y la posterior ‘Ludwig’ (1972), un tríptico en el que el director italiano se obsesiona por la diferencia entre lo ideal y lo real, marcando una gran distancia entre ambos. Los deseos, los sueños, la juventud evaporada, el éxito, y frente a todo eso, la lamentable realidad expuesta a través de una sociedad decadente, que no es otra cosa que el propio final de sus personajes. ‘Muerte en Venecia’ explora todo eso de forma muy bonita y también cargante. Afortunadamente, el trabajo de Dirk Bogarde y uno de los finales más impresionantes que se puedan dar en una película, hacen que el viaje merezca la pena.

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El principal cambio que existe en la adaptación es el hecho de que el personaje central es músico, mientras que en la obra de Mann es un escritor. Según Luchino Visconti, el novelista quería que su personaje fuese músico, así que el director italiano cambió su profesión y le convirtió en compositor. Gustav von Aschenbach (Dirk Bogarde) es un trasunto del célebre Gustav Mahler —de ahí que Visconti llene de su música el film, en concreto echando mano del Adagio de la Quinta Sifonía, que se repite hasta la saciedad en la película—, sus días están llegando a su fin, y ante la triste pérdida de su hija se recluye en Venecia esperando descansar de tal tragedia. Pero Aschenbach, que siempre ha considerado que la belleza debe alcanzarse con el intelecto, sucumbirá ante la turbadora presencia de Tadzio (Björn Andersen), efebo de aspecto andrógino que representa la belleza absoluta.

El problema de ‘Muerte en Venecia’ es que es repetitiva hasta la desesperación. En un intento por narrar la decadencia de las clases altas en un país que estaba cambiando a marchas forzadas con dos importantes Guerras en el horizonte, Visconti se recrea demasiado en una ciudad de la que seguramente es imposible no enamorarse, y que convierte en metáfora indiscutible del hundimiento artístico, personal y social del propio Aschenbach. Una epidemia es el principal de sus miedos, mientras que Tadzio, el joven que lo mira de reojo, como provocándole y quien sabe si invitándole a acercarse, es su única razón de existencia, aquella que le lleva a cuestionar sus propias creencias sobre alcanzar la belleza. Indudablemente la homosexualidad de Visconti hace acto de presencia en tal premisa y no es descabellado imaginar que esta película es en parte una crítica a todos aquellos que no afrontan su sexualidad.

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En las vueltas que Visconti da una y otra vez a la premisa, su obsesión por el detalle se hace realmente insoportable —luego hablan de Kubrick—, llegando a sobrecargar cada plano, cada imagen, logrando que ‘Muerte en Venecia’ sea una producto kitsch en toda regla. Si a ello sumamos un ritmo que decae continuamente, la narración se resiente destacando únicamente la utilización de la música, algo en lo que Visconti siempre fue un genio. En ese continuo enfrentamiento artístico/estético/ético al que el director somete a su protagonista somos testigos de secuencias tan grotescas como la de la irrupción de los músicos callejeros en un hotel, en la que se subraya una y otra vez lo que ha quedado claro ya desde hace tiempo. La película gana enteros o descubre toda su esencia en su tramo final. Aschenbach es convencido por un peluquero de rejuvenecer su aspecto, de recuperar, según las palabras del propio peluquero, lo que le pertenece. Es ahí cuando Visconti no tiene ni la más mínima piedad con su personaje y lo lleva al fondo de la humillación para después abrazarle con el manto de la muerte mientras presencia una imagen imperecedera, la belleza en todo su esplendor.

Ante la desesperación de Aschenbech, que está en una tumbona en la playa, Tadzio se revuelve a modo de juego en la arena con un amigo. Una pelea sin importancia que Aschenbech parece mirar con deseo y al mismo tiempo nerviosismo —dos jóvenes cuerpos retozando en la arena es una imagen que puede llegar a ser muy turbadora, como de hecho es para el músico— por no poder intervenir como en multitud de ocasiones anteriores —atención a la del ascensor donde Visconti se muestra terriblemente cruel con Aschenbech—, pero entonces llega el milagro de la visión. Tadzio se retira hacia el mar creando en su admirador una imagen de ensueño. Como si de un ángel de la muerte se tratase —a través de Tadzio el músico siente lo cobarde que es, lo acabado que está, lo poco que le queda— Tadzio señala en el horizonte un punto en el cielo, el cual parece unirse con el mar. Aschenbech levanta su brazo hacia un punto en el infinito, aquel en el que tal vez se toque con su amado Tadzio, el perfecto ideal de belleza, algo que no ocurre en la realidad. Aschenbech muere derrotado por su propio deseo reprimido, quien sabe si aceptando su completa equivocación al respecto de la belleza (el amor). El tinte que cae por su frente debido al calor es un elemento más en su humillación, la de un artista que sucumbe ante la contemplación de la imagen perfecta.

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'Tímidos anónimos', desternillarse sintiendo vergüenza ajena

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Esta tarde se estrena ‘Tímidos anónimos’ (‘Les émotifs anonymes’, 2010), de Jean-Pierre Améris. Benoît Poelvoorde e Isabelle Carré interpretan a dos personas extremadamente tímidas que, por causa de su incapacidad para los intercambios sociales, no han tenido relaciones amorosas serias o duraderas y se encuentran muy solas, a pesar de sus avanzadas edades. El destino ha tenido a bien juntarlos, así que, cuando ella pierde el trabajo y solicita un nuevo empleo como chocolatera en la fábrica de él, la conexión es inmediata. Completan el reparto Lorella Cravotta, Lise Lamétrie, Swann Arlaud, Pierre Niney, Stéphan Wojtowicz y Jacques Boudet.

Rodada en París y Lyon, esta coproducción franco-belga se ajusta a la imagen que tenemos del cine francés, principalmente acuñado por Jean-Pierre Jeunet. Esto se aprecia en su banda sonora, en los colores vivos y contrastados, en las localizaciones y en el comportamiento inocente y encantador, casi infantil, de sus protagonistas, que encandiló a medio mundo en la película ‘Amèlie’.

En una época en la que los intentos de sacar del hastío a la comedia romántica resultan en películas frías y vacías, aprecio encontrarme con una canónica propuesta del género. Aquí, los personajes no tienen dudas sobre sus sentimientos o sobre su opinión acerca del asunto amoroso. Sin embargo, se enfrentan a un conflicto que impide que estén juntos, un conflicto que viene del interior de ellos mismos, de sus personalidades, sus miedos y sus defectos. Aunque entiendo la postura de muchos espectadores, que preferirán lo primero, por mi parte, si no hay más remedio que elegir, declino dejarme engatusar por fórmulas originales –que, al final, no suelen serlo tanto–, si a cambio me llevo unas risas y algo de sentimiento. Es decir: que me quedo con lo de siempre, bien hecho, antes que con un experimento fallido por dar con algo nuevo –no critico que se ensaye, sé que es fundamental, pero preferiría esperar a que se acierte, que ir viendo los resultados de tanta prueba y error–.

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Vergüenza ajena

Ambos personajes están retratados con mucho acierto y se consigue de ellos que den mucho juego en todas las situaciones. Las soberbias interpretaciones hacen que se comprenda sin problema su particular tesitura, a pesar de que se plantea en un grado bastante extremo, que pocos espectadores compartirán, pero que hará recordar a muchos, en su particular medida, instantes vividos de azoramiento semejante y consecuencias aún más catastróficas. Entre Angélique y Jean-René se aprecia la química necesaria para percibir sus sentimientos y anhelar la feliz consecución de su idilio. Un protagonista con un físico tan alejado del ideal de galán romántico y que despierte los mismos sentimientos solo puede lograrse gracias a una excelente actuación.

La etiqueta de comedia romántica le encaja tan bien que incluso esa faceta que muchas veces se olvida en las producciones de este género, y que debería aportar la mitad del interés de la película, está presente con creces. Me refiero al humor, obviamente. La vis cómica del belga Poelvoorde se pone al servicio de varios momentos en los que la vergüenza ajena es desbordante. Sin llegar a los niveles de un ‘Mr. Bean’, nos encontramos a un personaje algo cercano a ese negado para la interacción humana. A situaciones que hemos visto ya en numerosas comedias anteriores, como la necesidad de compartir habitación de hotel, se les saca una punta nueva, llevándolas a cotas de incomodidad contagiosa no alcanzadas hasta ahora.

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Compuesta por una escasa cantidad de secuencias, cada una de ellas de considerable duración, la película dura apenas ochenta minutos. El desarrollo de la historia no queda precipitado ni cojo, pero el breve metraje se justifica en que, dejando aparte la cuestión de la fábrica y del misterioso chocolatero ermitaño, la película se centra únicamente en la fábula de los enamorados principales, sin dar cabida a subtramas que atañan a los personajes secundarios. No es necesario, pues el film se sostiene con lo poco que presenta, pero sí podría haber aportado mostrar los amores o desamores de la madre o de alguno de los compañeros de trabajo.

Conclusión: es necesario dejarse llevar

Es esta una película muy pequeña, tanto de duración como de intenciones y profundidad, pero todo lo que tiene de mínima lo tiene de emotiva y efectiva. Efectiva para quien sepa dejarse llevar o, más bien, permitirse entrar en la historia. Si nos sentimos por encima de las emociones tontorronas y del humor facilón, permaneceremos impasibles y aburridos ante ella. Pero no estamos ante una película para disfrutar intelectualmente, gozando cada giro, sorpresa o aportación. Es una propuesta para saborear de forma emocional. La sensualidad del chocolate completa un conjunto tan plástico y embriagador –pero no empalagoso– que, para los amantes del cine con aire mágico, no pondrá difícil dejarse arrastrar. Por algo se ha convertido en la comedia del año en Francia, donde ha recaudado ocho millones de euros tras ser vista por un millón de espectadores. Si olvidamos, por un día, el cinismo en casa y la amargura la dejamos para el chocolate, ‘Tímidos anónimos’ puede ser un bombón.

Fuente blogdecine.com

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